Con el mundo en pausa y pocas posibilidades de salir, no cabe duda alguna que nuestra vida se ha sumergido aún más en la esfera digital. Más allá del esparcimiento de memes, chats y videos, nos vemos cada vez más expuestos a los llamados “fake news”. Estos pueden ser evidenciados en los dudosos mensajes de voz que se comparten en grupos de WhatsApp, imágenes con información completamente falsa o tergiversada y publicaciones sensacionalistas que manipulan la verdad. La exposición a esta información ficticia y el deseo de que muchas de estas noticias, por más fantasiosas que sean, verdaderamente existan, distorsionan nuestra visión del mundo y nos aíslan en realidades alternativas.
Queda claro que las noticias falsas no son nada nuevo, sin embargo, nunca han sido tan fáciles de esparcir como hoy en día. Dado esto, hay personas que pretenden censurar o escoger a aquellos que puedan publicar información y a aquellos que no. Este poder en manos del Estado representa una muy peligrosa forma de vulnerar la libertad de expresión y de prensa y crearía la herramienta perfecta para que cualquier tirano en el poder reprima a sus opositores. Siempre van a existir enemigos y recelosos de estas libertades, ya sea por temor a la desinformación, a la crítica o al desacuerdo y recientemente, también aquellos que encuentren ofensivas las palabras de alguien más. La actualidad nos presenta nuevos retos y oportunidades relacionados con la libre expresión, pero estos cambios nunca deberían ser motivos para defender la censura.
Antes de que Facebook y las demás redes sociales llegaran a democratizar el acceso a la información y a la cobertura de noticias, cualquier pensamiento distinto al de las instituciones y medios establecidos era increíblemente difícil de esparcir; ya fuera por transmisión “de boca en boca” o por foros de índole académica, abiertos al público. En esta época, contábamos con tres o cuatro medios de comunicación masivos, televisivos o escritos, quienes eran los encargados de informar al pueblo.
Al ser tan pocos, la diversidad de opinión era escasa y la narrativa prácticamente igual sin importar el medio. Esto nos acostumbró a ver las mismas noticias en cualquier parte y la gran mayoría veía estos reportajes como la versión correcta, prácticamente sinónimos con “la verdad”. Al haber tan poca oferta en los medios de comunicación, los ciudadanos contaban con pocas fuentes de información y tenían que asumir que lo que se les decía era verdad. Esto claramente era beneficioso cuando los medios acertaban pero cuando se equivocaban, todos recibían información errónea y las correcciones no eran tan simples como editar un artículo en una página web; la respuesta era lenta y el debate escaso.
Sin embargo, la realidad moderna es muy distinta. El internet y el acceso instantáneo a la información por medio de los celulares han cambiado el mundo. Estos fenómenos descentralizaron los medios de comunicación y empoderaron al ciudadano común, brindándole una amplia plataforma y conectándolo con millones de personas. Asimismo, han estimulado el nacimiento de varios medios nuevos e independientes que se han establecido rápidamente y forman parte de la lectura diaria de varios costarricenses.
Las ventajas de esta revolución mediática son muy claras y la existencia de unos cuantos artículos falsos, que son fácilmente desmentidos, no debe poner en riesgo a la libertad de expresión. Los detractores de la libre expresión y prensa alegan que sus restricciones protegerían la paz social y eliminarían las “incitaciones al odio”. El problema fundamental con esto es que no se puede dejar a criterio de unos cuantos el qué es una expresión de odio o que atenta contra la paz social. Los censuradores tendrían “su” verdad e irían en contra de toda publicación que atente contra esta, ya sea una simple y bien fundamentada discrepancia o un artículo conspiratorio sin pies ni cabeza. La opinión siempre debe estar abierta al debate y la censura solo empobrecerá el discurso en el país.
A raíz de todo esto la lección que nos queda es ser escépticos. Las recientes oleadas de noticias falsas representan un nuevo reto, pero en nuestra sociedad abunda la capacidad y voluntad para enfrentarlo. Ejemplos como el famoso “No coma cuento” del periódico La Nación representan una manera de combatir esta desinformación y con el lapso del tiempo tendremos más y mejores herramientas de esta índole. La única cura contra los “fake news” es leer, leer y leer, solo así se puede desarrollar la capacidad de analizar la verdad, revisar las fuentes en las que se basan las alegaciones y discernir la opinión del hecho. Nunca cedamos nuestras libertades con el fin de proteger la “paz social” ya que como dice el refrán, el camino al infierno esta lleno de buenas intenciones.