Durante las últimas semanas las y los costarricenses hemos tenido que soportar las patadas de ahogado de un acabado grupo de políticos que buscan su cuasi resurrección, como ha sido la tónica de los últimos procesos electorales, cuando buscan reivindicar una Costa Rica que no existió más que en sus cabezas, la romantización de una situación económica y social que hacen creer que fue mejor, cuando ciertamente no lo fue.
Ese es el problema principal que enfrentamos como sociedad; la Costa Rica romantizada de los 60 y 70 realmente no existió, era mucho más pobre que la actual, no era más desigual simplemente porque no había nada que repartir, el trabajo agrícola era poco eficiente y nada mecanizado, lo que implicaba labor manual de cientos de miles de personas mal pagadas que no agregaban valor a la producción y por supuesto no teníamos acceso a bienes ni servicios especializados o de alto valor, en general, éramos una sociedad mucho más pobre y menos próspera que la actual, con fuertes restricciones a nuestras libertades de comercio.
Este resabio de la Costa Rica de “antes” nos ha salido muy caro, esa idea que permeó la juventud de muchos políticos (que ya ni son jóvenes y que ahora ni siquiera son parte de la población económicamente activa), y ha creado una nostalgia casi generalizada en nuestra sociedad, siendo que no soportaríamos ni un día en la Costa Rica de las restricciones de importación, del Estado Empresario y de control económico generalizado.
Nuestro modelo de desarrollo económico no ha variado en los últimos 40 o 50 años, a menos de unas ligeras reformas pro mercado que se dieron a finales de los 80 y principios de los 90, siendo tan profundo nuestro compromiso por mantener “todo igual” en Costa Rica que volvimos a caer en los últimos 20 años en los mismos vicios que llevaron a la quiebra a la idílica Costa Rica que sueñan con recuperar.
Nuestro modelo de desarrollo se encuentra agotado desde la crisis de deuda de los 80, nuestro sistema educativo se encuentra colapsado y es extremadamente malo e ineficiente, por más dinero que se le otorgue no logramos mejorar en ninguna métrica objetiva, podemos verificar con los resultados de las pruebas de PISA.
El intervencionismo estatal en la economía nos convierte en poco competitivos y extremadamente caros, pero ha resultado imposible la aceptación de que nuestro Estado es incapaz de mejorar en algo y por eso debe ser disminuido, para dar espacio a que la iniciativa privada, la libre empresa y las personas puedan luchar por mejorar su situación particular sin depender de un permiso o concesión pública, ese Estado gigantesco y raquítico nos ha robado (literalmente, por medio de impuestos) la posibilidad de mejorar las vidas de cada una de las personas que vive dentro de este país y se siguen oponiendo a que podamos desarrollarnos lejos de ese modelo que construyeron en sus cabezas pero que en realidad nunca benefició a nadie que estuviera lejos de la estructura de poder estatal.